El orgullo siempre se ha definido como una estima exagerada de sí mismo, altivez, soberbia, egoísmo, arrogancia y vanidad; entonces, cuando vemos este tipo de características en una persona nos resulta fácil señalar y de inmediato tacharla de “orgullosa”. Pero qué podemos decir de aquellos que se muestran como mansos, humildes y hasta pareciera que no mataran una mosca, los “súper buenos, los súper perfectos”, aquellos que tras una máscara de hipocresía ocultan lo que realmente hay en su corazón.
Perdón si estoy utilizando un lenguaje muy brusco, pero es que me cansa la hipocresía. ¿Por qué se nos olvida tan fácil, que a Dios no lo podemos engañar? Él conoce el corazón del hombre y sabe perfectamente si lo que aparenta es real o simplemente es un formalismo más que practica, para que los que se encuentran alrededor se fijen en lo “bueno” que es. De qué vale procurar agradar al hombre si se está desagradando a Dios. “No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra”. Gálatas 6:7 (Nueva Versión Internacional).
A lo que pretendo llegar con este artículo, es que entendamos que el orgullo no todas las veces se muestra como tal, en ocasiones anda por ahí disfrazado de cordero. No todo lo que brilla es oro, a veces lo que parece bueno por fuera resulta oliendo muy mal, pues por dentro está lleno de podredumbre y así mismo es un corazón que se muestra humilde pero por dentro anda sucio, lleno de odio, falta de perdón, envidia y quién sabe cuántas cosas más. Es decir, si realmente hay humildad en el corazón, también hay pureza.
Analicemos lo siguiente, si una de las definiciones del orgullo trata de la estimación que tenemos de sí mismos, sea exagerada o subvalorada; se puede llegar a la conclusión de que en ambos casos está presente el orgullo, porque en los dos casos se está pensando en satisfacerse a sí mismo y en satisfacer a los demás. Ahondemos en esta situación y lo veremos:
Una persona con una estimación exagerada de sí misma es egoísta, pues está pensando en sí misma, en que se le reconozca, se le entienda, se le apruebe, se le comprenda, se le ame y se le respete; y qué, si esta misma persona tuviera en lugar de ello, una estimación subvalorada de sí misma ¿acaso no es igual de egoísta? pues cuando esto sucede la persona se decepciona porque no se le está supuestamente valorando, no se le está reconociendo, no se le comprende, no se le ama, no se le respeta, no se le atiende, etc. esto qué es, es egoísmo también, está pensando en sí misma, en pretender que el mundo gire en torno a ella porque si no, no está satisfecha. En pocas palabras, si realmente no existiera orgullo en nuestro corazón, nunca sentiríamos enojo, rabia, dolor o decepción por lo que otros nos hacen o por lo que no hacen.
En conclusión, no es falta de amor o exagerado amor lo que hay en nuestro corazón, es orgullo. Nos amamos tanto que somos orgullosos, tanto que pretendemos que todo a nuestro alrededor sea como queremos.
Ser humilde no necesariamente es carecer de orgullo, ser humilde es que a pesar de reconocer que somos orgullosos nos rendimos a Dios, le entregamos a Él ese orgullo que tenemos para que Él lo cambie por su humildad, humillándonos ante Él en reverencia para que nos transforme el corazón y nos de uno conforme al suyo. Si no te humillas reverencialmente ante Dios, sí eres verdaderamente orgulloso, pero si tu orgullo lo rindes a Él, estas dejando de serlo. El orgullo raya con la terquedad en pesar que no lo necesitamos a Él, hay muchos orgullosos disfrazados de humildad y hay muchos humildes que piensan que no son orgullosos; pero Dios nos desenmascara, Él se opone a los orgullosos y da gracia a los que de corazón son humildes. (Santiago 4:6).
Si reconocemos que tenemos orgullo en nuestro corazón, vamos por buen camino, debemos arrepentirnos delante del Señor y pedir su perdón para que el orgullo no nuble nuestro entendimiento y no nos lleve a la destrucción; más bien, que el Señor con su amor y su gracia nos cubra para que disfrutemos de las bendiciones que Él tiene para los humildes de corazón. “Recompensa de la humildad y del temor del Señor son las riquezas, la honra y la vida”. Proverbios 22:4 (Nueva Versión Internacional).
¡Ser mansos y humildes de corazón es reconocer que sin el Señor nada podemos hacer!
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